6/29/2011

Los politicos swinger

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6/28/2011

El c... de mi novia

Como nuestro contertulio Fico se nos ausenta unos días por vacaciones, y yo también a mediados de julio, nos dedicaremos a tomar unos vinos los que queden, para ir matando el gusanillo mientras pasa la canícula. Pero de momento hoy es martes y está prevista la asistencia de nuestro compañero mas caribeño, que seguro que trae noticias frescas, es un decir, de la enfermedad de Chávez, de la elección fallida de Moratinos como presidente de la FAO o del último disco del gran Rubén Blades, (dígase Bleisss).

Mientras, por aquí lo de siempre y ahora como huele a “cambio de ciclo” como dicen los empresarios, siempre tan espabilaos, ya empiezan a enseñar la oreja la derechina de este país, ahora que barruntan que van a tener su momento de gloria, por eso no quieren dejar pasar su querencia. Si ayer se opusieron en el Senado a que se revise ese Diccionario histórico lleno de mentiras y trampas, y se visten de mantilla para ir a las procesiones y ensalzar las tradiciones religiosas, hoy alaban a la “heroica” División Azul, al tiempo que condenan al gobierno por mantener tropas españolas en zonas conflictivas en misiones de paz y estabilidad.

No dejaría pasar el estupendo artículo de Javier Cercas en El País Semanal: (…) “fair play. No sé cuál fue el origen de esa virtud, pero seguro que está vinculada a siglos de democracia ininterrumpida y de educación en la libertad”. http://www.elpais.com/articulo/portada/pasion/inglesa/elpepusoceps/20110626elpepspor_2/Tes

O al de Jose Luis Alvite en El Faro de Vigo: Adolescencia con cerezas, http://www.farodevigo.es/opinion/2011/06/28/adolescencia-cerezas/558279.html

De la mantilla a la División Azul

José Manuel Ponte

En algunos ámbitos de la opinión pública cunde la alarma ante la creciente evidencia de que hay un intento de reescribir la historia del franquismo, maquillar la figura del dictador y restaurar los usos y costumbres de aquel régimen nacional-católico. Un amigo mío, que es catedrático de universidad y milita en el bando de los alarmados, me cita varios casos. Entre ellos, el procesamiento de Garzón por su atrevido intento de investigar los crímenes del franquismo. O la definición del "Generalísimo" en el diccionario biográfico de la Real Academia de las Historia como un militar autorit

ario, pero nunca como un dictador cruel responsable de la muerte de miles de personas. "La tendencia al revisionismo se acentúa en estos últimos años –me dice apesadumbrado–. Ahí tienes, por ejemplo, el éxito de ventas de ese historiador aficionado (y, por cierto, exmilitante en su juventud de una organización terrorista), que defiende la tesis de que fue la República la única culpable del golpe militar del 18 de julio y del inicio de la Guerra Civil". Intento consolarlo con el argumento de que

se trata de un fenómeno localizado y perfectamente explicable, dado que la democracia que "nos hemos dado" (como dicen los cursis) es heredera legal de la dictadura y, por tanto, incorpora muchos de sus rasgos de carácter. "El mismo Felipe González –le recuerdo– reconocía que gobernó apoyándose en lo que él llamaba el ´franquismo sociológico´. Y que uno de los dos grandes partidos políticos con opciones de poder, como el PP, nunca se atrevió a condenar explícitamente la dictadura. Los hijos siempre tratan de salvar la memoria de los padres. Si es que no tienden a imitarlos... ". Me ataja con una sonrisa malévola y empieza a perorar sobre la señora De Cospedal y la oculta simbología de la peineta que lució en la procesión del Corpus toledano. "A los nietos del franquismo –sentencia–, como gozan de amplia libertad personal, les encanta reproducir los protocolos de las aficiones de sus padres, pero sin caer en la cuenta del oprobio ni del coñazo que significaban". Puede que tenga razón. La tendencia al revisionismo es creciente. He leído en el diario "Abc" un artículo de Juan Manuel de Prada en el que se queja del olvido en que ha caído la memoria de la División Azul, aquella tropa que Franco envió a combatir a Rusia para apoyar al Ejército nazi. De Prada cuenta algunas actuaciones heroicas de los divisionarios. Entre ellas, la renuncia a violar a una joven campesina que les fue ofrecida por los soldados rojos para que aliviasen su lujuria cuando eran conducidos prisioneros en un vagón de tren. "Ningún español le rozó un solo pelo –escribe–; ninguno osó dirigirle una sola palabra lúbrica o soez, y repartieron con ella el escaso rancho". Admirable conducta y admirable párrafo. En otros tiempos, antes de convertirse en adalid literario del catolicismo español, el señor De Prada escribió una obrita titulada "Coños" en la que no ahorraba lubricidad a su prosa. La mencionada "Coños" es un repertorio pubiano de una complejidad extraordinaria. Desde el coño de las recién casadas hasta el coño de las cubanas, pasando por el coño de la novia del autor, había de todo. Incluida una mención entusiasmada al coño de las niñas. "¡Qué tentación la de mirar a una niña que mea al lado de una tapia!", confiesa De Prada. Hay que pasarse al revisionismo.

"El coño de mi novia es un coño violento, de una zoología más crustácea que molusco (y los gourmets me entienden), aunque a ella le desagrada que de tantos detalles, por si alguien la fuese a identificar (¿quién, me pregunto, si yo he sido su primer novio?"


6/07/2011

Mamotretos

Está claro que algunas de las ventajas del libro de papel, que lo han hecho insustituible desde el invento de la imprenta, no son plenamente compartidas por las enciclopédias, los diccionarios enciclopédico y similares, que casi completamente han sido desplazados por el torrente de información que día a día crece en la Red de Internet. Así, no deja de asombrar que a estas alturas se presente una nueva publicación enteramente analógica y avalada por una institución académica, de la que lo más bonito que le han dicho es que es un mamotreto. Según el diccionario, mamotreto es armatoste, objeto grande y dificil de manejar. Definición que han aplicado al nuevo Diccionario Biográfico Español, publicado por la Real Academia de la Historia, sobre todo porque la obrita, generosamente subvencionada, consta de 50 tomos lujosamente encuadernados, y cuya primera entrega se ha presentado recientemente causando estupor por el tratamiento que se da a algunos personajes de la historia española reciente, y cuyo autoría procede de ciertos historiadores que son dignos representantes del franquismo residual que caracteriza a una buena parte de la derecha española.

Julián Casanova lo explica brillantemente.



La Academia y la historia

JULIÁN CASANOVA 07/06/2011
Todas las disciplinas académicas poseen sus métodos, reglas y hábitos que las identifican y deben respetar quienes se comprometen con ellas profesionalmente. Los historiadores no nos dedicamos solo a compilar listas de nombres, fechas, lugares y acontecimientos. La historia es una disciplina compleja y los historiadores un grupo muy variado. Además, el conocimiento histórico tiene límites bien claros, porque la verdad absoluta es inalcanzable y los hechos, como ya puso de manifiesto Edward H. Carr hace ahora medio siglo, nunca nos llegan en estado puro. Pero eso no quiere decir que inventemos la historia, ni que tengamos que renunciar a captar, por medio de enfoques y métodos de indagación apropiados, un pasado parcialmente verdadero.
Ofende y avergüenza que una institución diga que Franco fue un santo varón que trajo paz y pantanos
Muchos españoles se han enterado estos días de que había una Real Academia de la Historia. De repente, una institución que no existía, o que, pese a ser Real, parecía estar en la clandestinidad, sale a la luz con un Diccionario Biográfico Español, presentado ante las máximas autoridades con elogios exagerados de sus propios miembros y de algunos ilustres invitados. Y cuando esperaban más parabienes, que la gente les abrazara efusivamente por tan noble y digna empresa, les cae encima una tormenta de vergüenza e indignación que pone bajo sospecha la profesión del historiador y alimenta esa creencia tan extendida de que la historia depende de quién la cuenta, que es una rama del saber totalmente subjetiva, sujeta a postulados ideológico-políticos o cercana a la ficción.
Más allá del escándalo provocado por el nulo rigor y sesgo ideológico con el que se han elaborado algunos textos para ese Diccionario, estamos ante una buena oportunidad de debatir temas importantes que afectan a nuestra democracia, historia y cultura.
Es normal que los diversos recuerdos de la Guerra Civil y de la dictadura de Franco continúen persiguiendo nuestro presente, que ese pasado traumático provoque conflictos entre diferentes memorias, individuales y de grupos, como ocurre en todos los países que sufrieron regímenes políticos criminales.
Da igual que los mejores historiadores y especialistas en ese periodo proporcionen sólidas y contrastadas pruebas de que la Guerra Civil la provocó un violento golpe de Estado y de que la larga y sangrienta dictadura que implantaron los vencedores de esa guerra fue desastrosa para la historia y convivencia de los españoles. Muchos ciudadanos, por diferentes motivos, van a seguir pensando que Franco fue un santo varón que trajo paz, desarrollo, carreteras y pantanos. Lo que ofende y avergüenza es que los miembros de la Real Academia de la Historia divulguen y amparen las grandes mentiras de la propaganda franquista, retomadas hoy por afamados periodistas y aficionados a la historieta, y empleen para ello cuantiosos fondos públicos.
Con ser muy grave esa manipulación, el tema va más allá del uso político e ideológico que se hace de la historia. La Real Academia de la Historia no representa a nadie, ni a los historiadores ni a sus investigaciones, y su utilidad es escasa o desconocida. Sus académicos numerarios son un grupo de colegas, reclutados entre ellos, alejados en buena parte, aunque haya notables excepciones, de la docencia y de la investigación, de los congresos y debates historiográficos. Pero no solo es la Academia. En España hay numerosas instituciones públicas (locales, comarcales, autonómicas y estatales) que editan, con el dinero de todos, centenares de libros y revistas cuya calidad y rigor casi nunca se controla.
Bajo ese paraguas protector, algunos historiadores y miembros de otras disciplinas, en algunos casos también con puestos vitalicios en las universidades, nunca necesitan pasar los filtros de la competencia y el rigor que les exigirían en cualquier editorial de prestigio. La mayoría de esos escritos, de escasa calidad y distribución, y difíciles de digerir, apenas tienen lectores. Seguro que en un Diccionario Biográfico que incluye 43.000 personajes históricos han colaborado muchos profesionales competentes que se han ajustado a las pautas del rigor y al método crítico de aproximación a la historia. El escándalo es que sean los propios capitostes de la Academia quienes las incumplan y que eso constituya en parte el reflejo de una miseria intelectual y cultural todavía bastante extendida.
La verdad acerca de los hechos históricos se descubre y no se inventa. La objetividad es un sueño noble, pero entre esa sana ambición y la historia como pura construcción de quien la escribe hay una vía de diálogo entre el historiador y los hechos del pasado. Los historiadores tenemos que rastrear las fuentes, escuchar las voces del pasado y hacer preguntas al material investigado para ofrecer relatos fidedignos. Ese es nuestro desafío y quienes lo respetan, lo hacen bien y lo demuestran, son también respetados por sus colegas, por la comunidad científica y por el público que los conoce a través de sus escritos. La Real Academia de la Historia constituye ya una buena materia de estudio para la historiografía. En su estado actual, su existencia carece de sentido y tampoco parece que una reforma radical le pueda dar mayor legitimidad. Como ha demostrado toda esta polémica, la sociedad ya no necesita guardianes de las esencias de la historia.
Julián Casanova es catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza.