10/30/2015

Topónimos



 Si atendieramos bien lo que dicen los que saben nos evitariamos ridículos, como el que cita Julio Llamazares sobre el disparate de atribuir un significado erroneo a un topónimo. El profesor Julio Concepción nos da las pistas que hay que seguir en su diccionario Etimológico de Toponimia de Asturias:

(...) No se pretende aqui agotar ni establecer nada de una vez por todas (...) sería como pretender inventariar las arenas de la playa o contar las mismas olas del mar; miles de topónimos recubren palmo a palmo las laderas de las montañas asturianas, desde las mismas riberas del arroyo hasta los riscos mas salientes sobre las cumbres cimeras; o azotadas por los vientos del norte en la misma rasa costera (...) tampoco merecería la pena ahora pretender un repertorio exhaustivo, pues, a pesar de esos miles de topónimos, las raíces verbales se reducen a unas cuantas decenas: la mayoría son variantes derivadas de unas mismas raices con morfemas, o con nombres personales, que poco hacen cambiar el sentido principal de la palabra. Son muchas más las semejanzas. En fin, el sencillo lenguaje inmemorial del suelo, desde remotos tiempos prerromanos, transmitidos oralmente por nuestros lugareños asturianos hasta estos mismos días"



Matajudíos

En el puritanismo lingüístico que asola nuestro país a menudo se ha llegado al disparate

De todas las formas de puritanismo, la más estúpida quizá sea la lingüística, puesto que ni siquiera se justifica por la educación a veces. El uso reiterado y continuo de eufemismos (“discapacitados”, “internos”, “trabajadores de la limpieza”, “sin techo”), así como de frases y expresiones rebuscadas, algunas de ellas sin significación (“una persona de color” o “de edad”, pongo como ejemplos, carecen de ella salvo que se precisen el color y la edad de esa persona), persiguen más la corrección política que la lingüística, y en ocasiones lo único que pretenden es calmar la propia conciencia. Así cuando alguien dice “individuo de etnia gitana” en lugar de gitano sin más (que es como se llaman los gitanos a sí mismos) o “daños colaterales” para no tener que decir heridos o muertos.
En el puritanismo lingüístico que asuela nuestro país a menudo se ha llegado al disparate (¿quién no recuerda a aquella ministra que quería que dijéramos “miembra”, “conserja” y “gerenta” en pro de la igualdad de la mujer?) y en no pocas ocasiones se han perpetrado auténticas barbaridades formales y etimológicas. Esta semana pasada, sin ir más lejos, el embajador de Israel y las autoridades de Burgos protagonizaban un acto muy aplaudido por toda la prensa en una localidad cuya denominación molestaba, según parece, a muchas personas: Castrillo Matajudíos. Tras un referéndum entre los vecinos (¿qué iban a decidir los pobres con las bromas que venían soportando desde antiguo, últimamente también acusaciones de xenofobia?), el nombre se mudó por otro nuevo se supone que más respetuoso: Castrillo Mota de Judíos. Lo curioso es que Matajudíos no significa lo que la gente creía al oír el nombre de la misma manera que los cientos de Matas (“porciones de terreno poblados por árboles de la misma especie”, según la RAE) repartidos por España: Mataporquera, Matalascañas, Matalebreras, Matallana, Matilla, Matueca, La Mata en sus múltiples variantes: de la Bérbula, del Páramo, de Morella, de Armuña…, no indican que en ellas se mate a nadie, ni siquiera que se vaya a hacer. Matajudíos era, pues, un topónimo normal, ni xenófobo ni antisemita, una Mata habitada o fundada por judíos en algún momento de la historia, de ahí su nombre.
Pero el mal ya está hecho, no a los judíos, sino a la toponimia y al nomenclátor de este país. Y a ver quién da marcha atrás ahora. Así que lo mejor es aceptar el nuevo nombre y rezar, eso sí, porque a alguien no se le ocurra cambiar también el del hijo más ilustre de Castrillo Mota de Judíos, antiguo Castrillo Matajudíos, el gran organista y compositor del Renacimiento Antonio de Cabezón, por si también su apellido pudiera molestarle a alguien.

Apátrida



Excelente reflexión de Maruja Torres para los tiempos que corren.

Es la lobotomía, estúpidos

Quiero un vacío existencial en donde la inteligencia pueda expandirse en busca de ideas progresistas y de personas de mentes abiertas que se ayudan unas a otras

Me pido con urgencia un carnet de apátrida. Me pido, mejor dicho, un no carnet de no pátrida ni pútrida de patriotismos. Quiero un vacío existencial en donde la inteligencia pueda expandirse en busca de ideas progresistas y de personas de mentes abiertas que se ayudan unas a otras, que se estiran y se acomplejan -de adaptarse a la complejidad, no de regodearse en los complejos-, quiero un territorio inexistente pero siempre en estado de ampliación, en donde se nos deje en paz a quienes no creemos en patrias ni en cortejos, ni en desfiles ni en declaraciones pomposas, ni en gritos ni en soflamas, ni en himnos, ni en más enemigos que aquellos que atentan contra la libertad de las personas, que nunca es la de las banderas.
Me declaro intolerante contra los enemigos de la inteligencia, que están en toda partes, e indiferente ante los trémolos gloriosos de quienes patrimonializan las naciones, ese odioso invento. Soy partidaria de las ciudades que se hermanan, de los ciudadanos que se reconocen, de los hermanos que no nos da la sangre, sino el aprecio, e incluso en este último caso no soy seguidora del mogollón, sino del esfuerzo de escoger y de la voluntad de amar, no por encima sino por los lados, me quiero respetar en un nivel horizontal en el que nadie se hunda, y en donde los que sobresalen nos ayuden a igualarles.
Aspiro a desterrar de mí y de mis alrededores las bajas pasiones que confunden el gregarismo con el clamor de un pueblo, y que convierten el clamor de un pueblo -con la ley de Lynch, la otra cara de una misma moneda- en una exigencia indiscutible.
Me declaro anti identitaria, o en todo caso elijo la identidad menos asesina, esto es, la más cosmopolita, la que acude en ayuda de quien está en apuros, la que no se ofende por tener que leer a un autor en su lengua original, en vez de en una traducción mediocre, y la que no se enorgullece de ver películas dobladas a su idioma. Pertenezco a una generación que quiso borrar fronteras, y eso estuvo bien, estoy convencida de que estuvo bien, y de que merece la pena que lo mantenga hasta mi último suspiro.
No me gustan los trajes regionales, ni los trajes nacionales, ni los tricornios ni los sombreros de copa, ni las botas militares ni las alpargatas policiales. No me gusta la soberbia de ser muchos, cuando tanto cuesta mantener la dignidad de ser uno.
En el siglo veintiuno, todo esto deberíamos ya saberlo. Más que saberlo, haberlo absorbido por los poros, metabolizándolo. Que el traje se rompa siempre por las mismas costuras constituye un fracaso abismal porque, si algo contiene sustancias cancerosas perjudiciales para la humanidad (con minúscula, la de cada ser humano; con mayúscula, la que se despedaza en guerras), ese algo es el nacionalismo, venga de donde venga.
De modo que me declaro apátrida y me exilio hacia adentro, allá donde no pueda alcanzarme la lobotomía colectiva de los pueblos que siguen comprando burras y vendiendo coces.
Feliz, dulcemente apátrida hasta disolverme en la nada.
Dadme pan con aceite. Aceitunas, vino y miel. No preguntaré origen.

10/27/2015

Los sábados tertulia en El Pombo

Tertulias de otros tiempos, no tan lejanos pero en graves momentos previos a la guerra civil, que provocó la perdida de una generación entera de los más brillantes de los españoles y años de dictadura y catolicismo a machamartillo. 




Ramón y Pombo
(27 de octubre de 1935, domingo)
José Ángel Mañas
27.10.2015 01:37 h.
Resumen de lo publicado.-La comisión parlamentaria que investiga el escándalo del estraperlo exhorta a los órganos judiciales que investiguen si se ha cometido un delito.

Durante toda la semana los mentideros habían echado humo y hasta en las tertulias donde la política estaba generalmente prohibida se hacía excepción. Pombo, en la calle Carretas, era un café decimonónico, de mesas y espejos anacrónicos, cuyo techo abovedado le había valido el sobrenombre de la Cripta. Era sitio para tomar chocolate con churros y a ello se dedicaba el resto de la semana. Pero el sábado se transformaba, después de cenar, en cuanto Ramón se instalaba con su pandilla de artistas y calaveras. La tertulia era abierta y nada más darse alguien a conocer Ramón sacaba un libro de oro para que lo firmara y extraía debajo de de un banco un paquete de libros envueltos en un pañuelo y le dedicaba uno con su característica caligrafía y tinta roja.
-Yo no me avendría a hablar de política, si la política no se estuviera greguerizando. La política se esparce. Ha roto las Cortes, ha abierto agujeros en los muros, ha adquirido un ritmo más libre, a base de pistoletazos y tertulias, más leve, más estrambótico. Nada de retórica de mazacote, ni parlamentos de granito. La política, como la literatura, debe tener un tono arrancado, desgarrado, truncado, destejido, poético…
Algunos presentes tosían. Costaba respirar y, al acostumbrarse al humo, si mirabas alrededor te dabas cuenta de la fauna que había. Rostros famélicos, pálidos, ojos calenturientos. Gente estrafalaria, obreros revolucionarios, mendigos y por supuesto la bohemia literaria más variopinta. Muchos, vestidos de negro, parecían recién salidos de un cuadro de Solana cuyo famoso retrato de grupo –aquel en el que se ve de pie al propio Ramón- presidía la tertulia. El pintor, un habitual, nunca fallaba. Llevaba dos décadas presenciando en silencio los fuegos artificiales de Ramón.
-Yo estoy aterrorizado y horrorizado, pero fascinado. Con cada artículo que publico en la Revista de Occidente siento que entiendo menos lo que ocurre, y eso me entusiasma. Releo La Biblia en España de Jorgito Borrow, escrita allá por 1836, y empiezo a pensar que cada cien años los españoles sentimos la necesidad de matarnos los unos a los otros. Recordad a Larra: “Aquí yace media España; murió de la otra mitad”. Yo cada vez veo más pistoleros en la calle, y empiezo a tener miedo. A la muerte nunca se la oye porque ya en la intimidad de la casa anda en zapatillas. Y ahora pegan tiros, sí, pero pronto nos ametrallarán, lo que a los escritores tampoco nos sonará extraño: la ametralladora es la máquina de escribir de la muerte. Dentro de poco las calles mismas serán greguerías, y no habrá que ir muy lejos para tener la poesía más desgarradora y solanesca de cuerpo presente.
Ramón, patilludo e histriónico, era un rostro carrilludo de niño regordete y corbata de colorines. Medio escondidos por la sombra sus ojos negros despedían chispas y sus dientes rivalizaban en brillo con la corbata. Su voz impertinente y su desparpajo lo convertían en el mejor animador de la noche madrileña. Había hispanófilos que venían al Pombo solo por conocerle, a sabiendas de que fuera de ese momento, el resto de la semana apenas salía de casa sino que trabajaba quince horas por día, durmiendo con un cuaderno en la mesilla y anotando sus infinitas greguerías sobre un rollo de papel higiénico.
-Y es que ¿sabéis quién es el único genio verdadero de esta tertulia? Lo tenéis aquí a mi lado –señaló al hierático Solana-. Este señor tiene en su paleta moco de caracol, enjundia de gallina, jugo verde de sapo, amarillo de sol en las tapias, manteca, resinas, miel de la Alcarria, nogalina muerta. Pero su pintura de pastas negras resecas y casquería es la cosa más auténtica que se está haciendo en estos días…
Ramón deliraba felizmente, pero el tiempo fluía. Aunque lo normal era que la tertulia acabara a la una y media, hoy se había alargado hasta las tres de la madrugada, bien entrado el domingo. Con una mirada al reloj, Ramón se levantó de su asiento y fue rápidamente imitado por Solana y por quienes se escaqueaban a la hora de pagar las bebidas. Los camareros, muertos de sueño, se acercaron a cobrar lo que se pudiese, mientras Ramón, cogiendo su sombrero, hacía una desaparición estelar.
-La vida es decirse adiós en el espejo, el sueño un depósito de objetos extraviados, y el genio el que vive de nada y no se muere. ¡Adiós!

10/22/2015

Perroflautas vs. Pijoflautas



Efectivamente, el esfuerzo inútil conduce a la melancolía. Algo así está pasando en Oviedo con la discusión en torno a los Premios “Princesa de Asturias”, en el que “el dudoso papel de Wenceslao López” ha situado la polémica en el absurdo más absoluto con una plataforma a favor y otra en contra, (Perroflautas contra pijosflautas, genial) sin matices de ningún tipo. Para rematar, el insigne alcalde compartido de Oviedo se descuelga ahora que él apoyó los Premios hace años pero que hoy es más, si cabe, republicano, incluso, más antimonárquico. No hemos tenido suerte en Oviedo desde hace mucho y ahora algunos de los que auparon al insigne mastuerzo le critican por parecer “una marioneta en manos de este infeliz tripartito”.

Vivaelvino…


Identidad

La última vez que renové mi DNI descubrí que para el Estado el pueblo en el que nací, hundido bajo un pantano, no existe ya oficialmente, por lo que me han asignado otro

Me escribe la defensora del lector de este periódico para pedirme mi opinión sobre un asunto del que le han hecho tomar conciencia las numerosas cartas recibidas de leoneses molestos porque reiteradamente EL PAÍS confunda su identidad. La pregunta de la defensora del lector es muy simple: ¿los leoneses sois castellanos?
La respuesta es tan simple como la pregunta, pero precisamente por ello me llevó varias líneas exponerla. ¿Cómo respondería un gallego al que le preguntan si es asturiano o un valenciano que si es catalán?, me planteo mientras me extiendo con argumentos históricos que, al final, me dejan la sensación de estar demostrando algo que es imposible probar por obvio: que los de León somos leoneses de la misma manera que los de Burgos son castellanos.
¿De dónde viene entonces que en el caso de León, me pregunto al mismo tiempo mientras contesto a la defensora, la demostración de la identidad corra de parte de los afectados y no ocurra así en ningún otro supuesto? La respuesta también es muy sencilla y tiene que ver con la incultura que en materia de geografía e historia asola a los españoles (nadie recuerda ya que hasta hace solo tres décadas León era una región como Andalucía y muy poca gente sabe que León y Castilla la Vieja fueron unidas en una única autonomía por decisión de los partidos políticos, no por la voluntad de sus habitantes, a los que nadie les preguntó su opinión), pero también con la propaganda política que, quiérase o no, por más que sea muy burda (basta mirar los libros de texto, teledirigidos por cada Gobierno autónomo), acaba calando en la población hasta el extremo de repetir invenciones como que Castilla y León es una unidad (no hay más que ver la y que lleva en el medio) o que el País Vasco existía ya antes que España.
Malos tiempos son estos en los que hay que demostrar lo evidente, decía Dürrenmatt, afirmación que Ortega y Gasset atribuyó también a los suyos cuando escribió que el esfuerzo inútil conduce a la melancolía. Es lo que me pasa a mí después de años de verme en la obligación de tener que demostrar mi identidad, sea lo que sea esta, que diría Millás. Y no solo respecto de mi condición leonesa. La última vez que renové mi DNI descubrí también que para el Estado el pueblo en el que nací, hundido bajo un pantano, no existe ya oficialmente, por lo que me han asignado otro. Por la misma razón propuse que me cambiaran también de padres, puesto que los míos también desaparecieron, pero la funcionaria se molestó conmigo.
¡Apatría, dulce ilusión!

10/21/2015

La destrucción del mito alemán

Para los germanófilos debe haber sido un duro golpe descubrir que sus ídolos están hechos de la misma pasta que el resto. Para los que no lo somos, esa supuesta superioridad no es más que falta de humanidad, soberbia y desprecio, como hemos descubierto espantados ante los horrores del nazismo y la indiferencia del pueblo alemán.

Salud    

El mayor truco de Alemania
  • RAMÓN AGUILÓ OBRADOR
Actualizado 21/10/201504:13
Hay un curioso y significativo ripio de un popular cantautor alemán dedicado a su patria, en el que se hace la pregunta del millón: "¿Por qué los alemanes nos sacamos el carnet de conducir antes siquiera de enamorarnos?". Quizá no sea improcedente pues indagar en el estado anímico actual del pueblo alemán a partir de la quiebra de esta premisa, la de alguien que descubre trágicamente que su primer gran amor, el amor hacia una máquina de cuatro ruedas habilitada con un motor de la violencia y la voz de un volcán, es un amor no correspondido, simulado, plagado de besos y carantoñas que ahora saben a navajazos en los labios. La pesadilla se ha vuelto obscenamente tan real que puede envenenar los dulces sueños de grandeza de una orgullosa nación.
El coche es para el alemán lo que las armas son para los americanos: símbolo de libertad, autonomía y autosuficiencia. Y todos los autos que se le ocurran de prefijo al lector, pues no en vano se inventó también en Alemania la filosofía moderna, el idealismo, un sistema basado precisamente en la autorreflexión y la identidad. Mejor dicho: el coche es el arma del alemán, sin la cual él no es nada, un peatón más dejado de la mano de Dios. Pero Dios ha muerto, dijo otro alemán, profesor de Filología en Basilea, sin saber que no era el Superhombre quien venía a sustituirlo, sino el automóvil, un cacharro de tres ruedas con un automotor de combustión interna que el ingeniero Karl Benz había diseñado por esa misma época en la bucólica ciudad de Mannheim. Benz, BMW, Porsche y Volkswagen han sido los nuevos dioses a los que los alemanes encomendaron su felicidad. Y como ocurre con las religiones o los equipos de fútbol, uno no puede tener un Porsche y un Mercedes en el garaje de su casa, al igual que uno no puede ser judío y musulmán a la vez, o del Barça y del Real Madrid.
"El relato de la fiabilidad ha quedado herido. El cuento de la perfección y la honestidad, el mito fundacional de Alemania"
Pero entonces, si los coches son en Alemania una religión, ¿qué representa para ellos el llamado 'Dieselgate' de Volkswagen, acaso otra muerte de Dios? No del todo, pues todavía no hay nada que pueda reemplazarlo. Lo que sí ha quedado afectado, herido, ha sido el relato en torno a ese Dios, el relato de la fiabilidad alemana, el cuento de la perfección y la honestidad, de la ética del trabajo bien hecho, es decir, el mito fundacional de Alemania tal y como la desconocemos hoy en día. En estas últimas semanas, los alemanes se han mirado en el espejo y el susto ha sido mortal. No porque hayan visto reflejado su rostro demacrado y cadavérico, como le ocurría a Eduardo Noriega en 'Abre los ojos' tras otro pecado de vanidad. El sobresalto ha sido mucho mayor: en el espejo han descubierto, horrorizados, a un griego o a un español que sonríe cínicamente con el palillo en la boca y les espeta: "¿Qué hay de lo mío?". Justamente esa chusma mediterránea a la que hace dos días acusaban de los mismos delitos perpetrados de manera metodológica por la multinacional que dirigía Martin Winterkorn. He aquí la destrucción del mito alemán: la abolición de la diferencia, de la superioridad moral, darse cuenta de que todos somos iguales, de que por Valencia o Tesalónica fluye la misma sangre criminal que en Wolfsburgo o Múnich.
La prensa alemana ha reaccionado con cautela ante dicho derrumbamiento mitológico. Hay demasiados puestos de trabajo en juego y no sería demasiado acertado menospreciar el poder que el 'lobby' automovilístico tiene en Alemania, parecido al que tiene la Iglesia Católica en España. Además, con la dimisión de Winterkorn ya disponen los alemanes del chivo expiatorio que en estos casos se requiere para calmar las aguas turbulentas. De ahí que en casi todo el panorama periodístico se haya girado la tortilla y en vez de reproches a Winterkorn por haber hundido la reputación de la empresa aparezcan únicamente loas y alabanzas a su más que necesaria dimisión. El único periódico que ha estado a la altura del escándalo ha sido la 'Süddeutsche Zeitung' y su redactor jefe, Heribert Prantl, que en un artículo memorable recordaba al pueblo alemán que "sólo quien trasmite valores en su empresa construye a la vez autos valiosos". Y remataba, categórico: "El daño no es principalmente de imagen, es sustancial. Una dimisión no basta"
"Alemania se ha vendido al mundo tras un escaparate impoluto. El escándalo de Volkswagen y del fútbol desvelan que no es así"
Otra cosa ha sido la reacción del alemán de a pie, sin coche, nunca mejor dicho. Estos días he hablado con el carnicero, el panadero y el campesino que me suministra las patatas. Todos se han reído de mí. "¿Escándalo? La culpa es vuestra, de los morenitos, que os habéis creído que éramos inmaculados". Otra vez tenemos la culpa, esta vez, de haberles comprado la moto, de habernos creído su particular cuento. Pero que no se diga que los alemanes no se lo han tomado también con humor: alguien ha subtitulado en alemán la célebre entrevista de Quintero con el 'Risitas', que en esta ocasión se transforma en un ingeniero de Volkswagen descojonado ante la ingenuidad del pasmado periodista: "¿Que Winterkorn no sabía nada? ¡Pero si conocía personalmente a cada tuerca de la fábrica!". Parece mentira, pero ellos, el pueblo más altivo de Europa, que desde las alturas nórdicas clava su mirada hacia el sur con unos ojos que empequeñecen todo lo que otean, son incapaces por sí mismos de lo más elemental: hasta para reírse de sí mismos nos necesitan los alemanes. El video está colgado en YouTube y ya va por los 35.000 clics.
Mientras tanto, la tormenta no cesa y los rayos avanzan con paso quedo, pero firme. Una vez despedazado el corazón de la industria alemana, le toca el turno al fútbol y a lo que los alemanes llaman "El cuento de hadas del verano del 2006", en el que todo salió casi perfecto (Alemania quedó tercera en su propio mundial) y que ahora, según últimas informaciones del semanario 'Der Spiegel', podría llegar a convertirse en un cuento de terror. Aunque no es el fútbol lo que está en juego, ni tampoco los altos funcionarios de la federación alemana (incluido el intocable Kaiser Beckenbauer), que presuntamente lograron la adjudicación del Mundial comprando por unos 6,7 millones de euros los votos de la federación asiática. Lo que está en juego es que esas maravillosas semanas en las que en Alemania reinaron el buen tiempo, la desinteresada hospitalidad y la alegría colectiva hayan sido posibles gracias al engaño y el soborno.
"El cuento de hadas del verano del 2006, en el que todo fue perfecto ahora podría llegar a convertirse en un cuento de terror"
Y bien, ¿qué nos depara el futuro? Merkel se ha acogido al adagio hölderliniano que tanto gustaba a Heidegger y no se cansa de predicar que "donde hay peligro crece también la salvación". ¿Tienen pues, salvación los alemanes? ¿Ha finalizado tal vez una era? Aunque bien puede ser que la Alemania que todos creíamos conocer no existiera nunca y sea sólo una vieja leyenda, un eco marchito de la lejana Prusia. Puede que todo no haya sido sino una farsa, una gran mentida sobre la cual se ha construido la mayor potencia económica europea del siglo XXI. Parafraseando a Baudelaire y al mismísimo Kayser Söze podríamos afirmar que, como le ocurría al diablo, el mayor truco de Alemania fue convencer al mundo de que esa otra Alemania, la criminal y delictiva, la hipócrita y más humana, no existía.

Ramón Aguiló Obrador es profesor de Filología alemana en Bremen (Alemania).